domingo, 10 de julio de 2016



El precio de no involucrarse

Por Norman Garrido.

Ya en el siglo XVIII, Edmund Burke señaló que lo único que necesitaba el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada. Creíamos, o nos hacían creer, que Chile era un país ejemplo mundial de probidad, pujanza económica, líder social y cultural latinoamericano. No obstante, este jaguar fue demostrando sus condiciones de gato en muchos aspectos, especialmente a la luz de los últimos hechos de corrupción y violación de normas en donde se involucran líderes políticos y empresariales.

Las personas, de acuerdo con Thomas Hobbes, somos animales políticos, nos reunimos para conformar una sociedad y evitar el miedo, la vida solitaria y todas las tragedias asociadas a la muerte violenta característica de la vida premoderna. Esta condición dio origen al surgimiento del Estado y su institucionalidad con una compleja serie de normativas exigidas para que todo funcionara, debíamos respetar las leyes para vivir y dejar vivir, pero todo se trastocó, nos olvidamos de involucrarnos para que las cosas marcharan bien, dejamos de participar, nos aislamos en sociedad, en una suerte de retroceso mezquino al sálvese quien pueda.

 En este aparente estado de desafección hacia todo lo que sea participar de la Polis, la desconfianza hacia el otro pareciera ser la premisa. Nuestro país tiene una historia vinculada a la violación de normas, no solo de los individuos, sino más bien desde el Estado, esto llevó a muchos a involucrarse durante la última tiranía para recobrar una sociedad con valores democráticos y no fueron pocos los que se comprometieron arriesgando y perdiendo sus vidas en el intento. Hoy solo quedan recuerdos de la lucha contra un enemigo común, visible, identificable con nombre y apellido. Varios de los que abrazaron altos ideales de esos tiempos hoy nos decepcionan con sus traiciones entre principios y discursos, al parecer no queda mucho por rescatar, pero nos equivocamos.

 El desafío es rearticular la esperanza, volver a creer, renacer desde la familia, el grupo de amigos, el barrio, el Comité, Las Juntas Vecinal y tantas otras muestras en las que late el corazón de animal político que tenemos las personas que vivimos en sociedad, las que deseamos una nueva oportunidad para volver a confiar y creer en la buena voluntad del otro. El precio de no involucrarse es muy alto, más del que hasta ahora se ha pagado. Es necesario promover la organización, la participación ciudadana para proponer y fiscalizar, solucionar nuestros problemas, debemos buscar los remedios a nuestro miedo y ser tercos en la esperanza que todo puede ir cambiando a bien. Nuestra naturaleza es buena y son los buenos los que deben hacer frente a la maldad que es impactante, pero no es mayoría.